“El objeto de toda discusión no debe ser el triunfo sino el progreso”
Joseph Joubert (1754 – 1824)
Escritor y crítico francés.
Joseph Joubert (1754 – 1824)
Escritor y crítico francés.
Una de los puntos en discusión es el modelo de estado que queremos. Uno centralizado, dónde todas las decisiones, que afecten la vida cotidiana de la gente las tome el Presidente o el descentralizado, dónde esas decisiones las tome, concertadamente la autoridad más cercana al ciudadano. Esa discusión la proponen los burócratas rojos rojitos y los líderes democráticos no debemos, ni podemos eludirla. La campaña electoral es un buen escenario para dejar claro la posición de ambas visiones de estado. La centralización, fueron etapas superadas. La involución revirtió el proceso y la coloca de nuevo en el tapete de la opinión pública. Hay que modernizar el estado y eso pasa por descentralizarlo. Hay que superar la autocracia.
Los hechos y las realidades son tercos. La centralización fue tan asfixiante en el pasado, que en el segundo gobierno de Pérez, hizo crisis. Hubo una apertura. No dudo en calificar ese proceso como es el más revolucionario de los últimos 50 años. Aprobaron la Ley de nombramiento y remoción de Gobernadores y Alcaldes, que le dio la posibilidad a los electores, de elegir sus autoridades regionales y locales. Estos funcionarios electos por el pueblo, en las primeras del cambio, les entregaron algunas competencias, pero no fueron dotados de los recursos para cumplir a cabalidad el mandato popular. Fue un avance chucuto, pero a la vez, un gran avance democrático. El país cambió para siempre. La descentralización es una gran conquista democrática.
Con el paso del tiempo, el reclamo de las autoridades electas y la presión popular hicieron posible, que poco a poco, fuesen ampliándose las competencias y los recursos de las autoridades electas y más cercanas al ciudadano. Fue una lucha titánica. Los gobernadores, acompañaban a los alcaldes en la guerra contra el centralismo y, una vez que ganaban alguna batalla, empezaba otra guerrita. La de los alcaldes para que los gobernadores no represaran los recursos y lo enviaran a las localidades. En medio de esas encarnizadas disputas, fueron aprobándose leyes para evitar esas perversas desviaciones y el proceso fue perfeccionándose. La verdadera democracia participativa y protagónica avanzaba con pie firme y al ritmo de la democracia.
La Ley que creo el Fondo intergubernamental para la descentralización (FIDES), la Ley de Asignaciones Especiales (LAE) los convenios con FUNDACOMUN y otras tantas, permitían que los recursos fluyeran directamente a sus destinatarios, sin alcabalas de ningún tipo, convirtiendo a los gobernadores y alcaldes, en cuentadantes de ingentes recursos y responsables directos de competencias en materia de vialidad, seguridad, salud, vivienda, deportes, cultura y muchos otras áreas de servicio público. Ya no había que ir a Caracas para autorizar la compra de un insumo, material médico quirúrgico o arreglar una cancha, carretera o un centro cultural. El gobernador y los alcaldes eran responsables directos. Había rendición de cuentas y las memorias y cuentas eran documentos de dominio público. El pueblo evaluaba rigurosamente la gestión pública. Eso lo liquidó el socialismo del siglo XXI.
Llegó la llamada revolución o más bien involución y, echó todas esas conquistas para atrás. “Se repartieron el país en pedacitos”, vocifera el autócrata para justificar el despojo. Falso. No había, ni hay tal reparto. Existía respeto por la democracia participativa, protagónica y la voluntad popular. Los vecinos eligen, hay competencias que deben asumir a cabalidad las autoridades electas y la constitución y las leyes prevén los recursos de cada quien. Lo hizo bien. Premiado. Lo hizo mal. Castigado. ¿Cómo? con el voto popular. La verdadera arma del pueblo en democracia. Ahora pretenden, que sea el dedo del autócrata, que según una funcionaria sin legitimidad popular, es del dedo del pueblo. Habéis visto mayor templón. Ay, ay, ay Jacqueline. …
Los ejemplos de las bondades de la descentralización huelgan. Un botón de muestra. Las carreteras y autopistas. Estaban centralizadas. Un desastre. Fueron descentralizadas. Mejoraron ostensiblemente. Volvieron al poder central. El desastre está a la vista. Volveremos sobre el tema. La discusión es interesante y no debe ser para obtener triunfos sectarios, sino que nos debe conducir hacia el progreso del país, que es el fin último de toda nuestra sociedad. Hay que avanzar. Para atrás ni para coger impulso.
Los hechos y las realidades son tercos. La centralización fue tan asfixiante en el pasado, que en el segundo gobierno de Pérez, hizo crisis. Hubo una apertura. No dudo en calificar ese proceso como es el más revolucionario de los últimos 50 años. Aprobaron la Ley de nombramiento y remoción de Gobernadores y Alcaldes, que le dio la posibilidad a los electores, de elegir sus autoridades regionales y locales. Estos funcionarios electos por el pueblo, en las primeras del cambio, les entregaron algunas competencias, pero no fueron dotados de los recursos para cumplir a cabalidad el mandato popular. Fue un avance chucuto, pero a la vez, un gran avance democrático. El país cambió para siempre. La descentralización es una gran conquista democrática.
Con el paso del tiempo, el reclamo de las autoridades electas y la presión popular hicieron posible, que poco a poco, fuesen ampliándose las competencias y los recursos de las autoridades electas y más cercanas al ciudadano. Fue una lucha titánica. Los gobernadores, acompañaban a los alcaldes en la guerra contra el centralismo y, una vez que ganaban alguna batalla, empezaba otra guerrita. La de los alcaldes para que los gobernadores no represaran los recursos y lo enviaran a las localidades. En medio de esas encarnizadas disputas, fueron aprobándose leyes para evitar esas perversas desviaciones y el proceso fue perfeccionándose. La verdadera democracia participativa y protagónica avanzaba con pie firme y al ritmo de la democracia.
La Ley que creo el Fondo intergubernamental para la descentralización (FIDES), la Ley de Asignaciones Especiales (LAE) los convenios con FUNDACOMUN y otras tantas, permitían que los recursos fluyeran directamente a sus destinatarios, sin alcabalas de ningún tipo, convirtiendo a los gobernadores y alcaldes, en cuentadantes de ingentes recursos y responsables directos de competencias en materia de vialidad, seguridad, salud, vivienda, deportes, cultura y muchos otras áreas de servicio público. Ya no había que ir a Caracas para autorizar la compra de un insumo, material médico quirúrgico o arreglar una cancha, carretera o un centro cultural. El gobernador y los alcaldes eran responsables directos. Había rendición de cuentas y las memorias y cuentas eran documentos de dominio público. El pueblo evaluaba rigurosamente la gestión pública. Eso lo liquidó el socialismo del siglo XXI.
Llegó la llamada revolución o más bien involución y, echó todas esas conquistas para atrás. “Se repartieron el país en pedacitos”, vocifera el autócrata para justificar el despojo. Falso. No había, ni hay tal reparto. Existía respeto por la democracia participativa, protagónica y la voluntad popular. Los vecinos eligen, hay competencias que deben asumir a cabalidad las autoridades electas y la constitución y las leyes prevén los recursos de cada quien. Lo hizo bien. Premiado. Lo hizo mal. Castigado. ¿Cómo? con el voto popular. La verdadera arma del pueblo en democracia. Ahora pretenden, que sea el dedo del autócrata, que según una funcionaria sin legitimidad popular, es del dedo del pueblo. Habéis visto mayor templón. Ay, ay, ay Jacqueline. …
Los ejemplos de las bondades de la descentralización huelgan. Un botón de muestra. Las carreteras y autopistas. Estaban centralizadas. Un desastre. Fueron descentralizadas. Mejoraron ostensiblemente. Volvieron al poder central. El desastre está a la vista. Volveremos sobre el tema. La discusión es interesante y no debe ser para obtener triunfos sectarios, sino que nos debe conducir hacia el progreso del país, que es el fin último de toda nuestra sociedad. Hay que avanzar. Para atrás ni para coger impulso.
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